domingo, 13 de febrero de 2011

Garganta La Olla

Es noche cerrada. Mire donde mire sólo ve silencio, tejados prietos y piedras durmientes. Porque las piedras duermen, sí. Y hablan también. Y mucho. Eso lo sabe el viajero. Tiene experiencia en lo que hablar con piedras respecta. Por eso ha llegado de noche al destino que ahora lo absorbe y lo inquieta. Garganta La Olla está llena de unas y de otras cosas. Quizás, el pueblo extremeño con más leyendas a cuestas. Lo ha leído y lo comprobará recorriendo sus empedradas calles, que algo le contarán; subiendo sus pinas cuestas y ascendiendo por la hermosa e interminable escalinata que conduce a la iglesia; bajando pasillos y estrechas veredas y puentes junto a las gargantas. Ahora no ve la torre, pero mañana la podrá observar con detenimiento. Le han dicho que es extraordinaria. Y de curiosa historia. Pero el silencio es lo que importa. Sopla el viento. Si alguien debía de romper este momento que sea él, pues también tiene cosas que contarle. Y le dice que él es el que se adueña de las calles de Garganta durante la noche. Tiene por compinche a un fiel compañero, el rumor del agua de fuentes y regueras. El viajero anda con pausa, como si no quisiera molestar a ninguno de los dos en su lento caminar. Ya tendrá tiempo de recorrer el pueblo con más garbo, pero ahora se deja guiar por esos sonidos. Y le acompañan también en su descanso, con la ventana abierta. Por ella entra el viento para jugar con las cortinas. Le da igual. Lo venía buscando, como el que espera saldar muchas deudas.